Sacrificio

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Hace siglos vivió un poeta en la capital de una civilización ya olvidada. Sacrificó su vida por el arte pero nunca consiguió que su talento encendiera el corazón de otras personas. Tampoco ganó ningún beneficio con sus rimas. Su estilo de vida era una ruina sin sentido.

Nunca supo si lo hizo por valor o cobardía, pero el poeta decidió abandonar las palabras. Optó por trabajar la tierra como un humilde campesino. Su piel clara se tostó con rapidez y su cuerpo frágil ganó fuerza y destreza.

Conoció a una dulce mujer con la que pasó el resto de sus días, con la que tuvo varios hijos alegres y hermosos. Con el paso de los años el poeta conoció una felicidad que nunca lo dejó.

O al menos esa es la última historia que escribió antes de dejar la pluma. Rezó por una próxima vida mejor con una espada entre sus manos, manchada con la sangre de sus crímenes. Al final, clavó el arma en su pecho.

@NeoToki0

El alma del guerrero

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Demasiado tiempo bailando en esta vorágine de sangre que cubre el campo de batalla, ¿cuánto tiempo he de permanecer en este lugar desolado por el odio y el sufrimiento?

–Saqué la espada de su vaina.

Parece interminable pero sigo defendiendo todo aquello que amo y, quizás, no volveré a ver.

–Las armas vibraron al chocar. Luego, solo mi contraataque cortó carne.

Cuánto tiempo seré capaz de creerme las mentiras y majaderías que dan sentido a esta lucha, gobernada por el abrazo de una infinita desesperación.

–Limpié la sangre del filo con su propia ropa.

@NeoToki0

[Relato]Encuentros en la encrucijada

Crónicas de la Biblia de Aglaia III

Slayers Reena y Gaudy
Reconozco la inspiración de esta saga con Slayers (Reena y Gaudy)

Capítulo anterior

Astra cruzó el rio por el puente, continuó hasta la mitad de la encrucijada que unía los caminos del bosque.
«¿Cuál debería ser mi siguiente paso?», pensó frente al poste de direcciones. «Aranea, Meridia, Tudor y Pireo. Jamás escuche nada sobre ninguna de estas ciudades. El robo del fragmento de la Biblia de Aglaia fue todo un éxito. Conseguí la información tan rápido en aquella miserable posada que olvidé preguntar sobre los alrededores antes de escapar».
Aprovechó para descansar en un claro junto al camino donde devoró un par de manzanas frescas.
Ojalá hubiera una taberna en este cruce –murmuró tras escupir las semillas. Me comería una cazuela entera de estofado recién cocinado y preguntaría sobre las ciudades.
No tardó en descubrir que alguien llegaba desde el camino del puente, el mismo por donde ella llegó. Era un caballero errante con una espada larga colgando de su cinturón. Lucía una larga melena dorada e iba ataviado con un peto de cuero reforzado con cota de malla en las axilas y brazos.
Astra colocó su capa detrás de los hombros, interpretó su mejor gesto de mujer dulce e inocente antes de lanzarse al encuentro del caballero.
¡Noble caballero! expresó con exageración. ¿Estaríais dispuesto a ayudar a una hermosa doncella en apuros?
Por supuesto, he prometido ayudar a cualquier necesitado.
Astra abrió los ojos y juntó las palmas de sus manos en un gesto infantil.
Niña agregó el caballero, ¿eres su criada? Llévame ante ella, hasta la doncella.
Las ropas de Astra servían para el viaje, cómodas y elaboradas con cuero y pieles de caza. Nada que ver con las exquisitas y delicadas prendas que vestiría alguien de noble cuna.
Me refería a mí. ¡Zopenco!
Vaya, solo eres una cría perdida. No te preocupes, te acompañaré hasta tu hogar. Continue reading «[Relato]Encuentros en la encrucijada»

[Relato]El Guardián

Crónicas de la Biblia de Aglaia II

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Capítulo anterior

El sirviente se acercó para susurrar unas palabras al oído de su señor.
–Ha vencido a los cuatro capitanes de la guardia casi sin esfuerzo.
El sirviente se alejó fundiéndose entre las sombras de la sala.
–¿Cómo te llamas?
–Giles, mi señor –respondió el joven guerrero rubio.
–He escuchado que buscáis trabajo –expresó el señor sin inmutar el semblante–, y derrotasteis a mis mejores guerreros. Parecéis fuerte.
–Vuestros guardias presentan un aspecto fiero, capaces de intimidar a vulgares bribones. Pero sus habilidades de combate son pobres contra quienes no les temen.
La sinceridad de Giles perturbó al señor, solo un idiota hablaría con tanta indiferencia sobre la debilidad de sus hombres. Aunque era un idiota que les venció a todos en un combate singular.
–Por tus servicios como guardia puedo ofrecerte dos monedas de plata por cada ciclo lunar –dijo el señor–. Cada semana contarás con seis días de guardia, cuatro de entrenamiento y uno de descanso. El alojamiento y las comidas correrán por mi cuenta.
–Me parece poco. –Cruzó los brazos dubitativo–. Pero de acuerdo. Mi viaje acabó con todo mi dinero.
«Es un idiota», se dijo el señor. «Pensaba pagarle el doble si regateaba el precio. Su destreza puede ser sobrehumana pero su cerebro no da más de sí».
–Laertes te acompañará a tus aposentos.
Giles asintió.
El sirviente apareció de nuevo para conducirlo hasta el cobertizo de la guardia.

El cielo nocturno estaba despejado, las constelaciones brillaban con viveza. La luna nueva oscurecía el mundo lejos de las antorchas. Giles regresó del patio hasta los pasillos interiores, aparte de oscuridad también se encontró con silencio y soledad. Era su primera guardia por la noche.
Cuando llegó a la puerta de la cámara del tesoro recordó las palabras del capitán.
–Aparte de algunas joyas, el señor guarda un fragmento de la Biblia de Aglaia. Es un legado de su familia. Ante cualquier problema da la voz de alarma.
Giless bostezó y se sentó junto a la puerta, apenas había pasado una hora del turno, le quedaban siete más por delante.
Hacía cinco meses de su partida desde Argus, ciudad del oeste del continente. Los hombres de noble cuna tenían por costumbre aventurarse por el mundo para demostrar su valía, para ganarse los derechos dinásticos de su familia.
En Argus no confiaban en la magia, ellos eran guerreros y siempre defendieron el territorio con la propia fuerza de hombres y mujeres. La hechicería era rara, pero a los magos poderosos nunca le faltaban contratos para abusar con su poder de los profanos.
–La Biblia de Aglaia –susurro Giles.
Había escuchado muchas historias sobre ella, pero siempre pensó que eran un mito. Los fragmentos que existían eran garabatos sin sentido alguno. Las familias nobles las guardaban con orgullo y los bandidos trataban de hacerse con ellas para venderlas al mejor postor. Pero si la Biblia era tan poderosa por qué hacía mil años que no se desataba su poder.
La espada de Giles también era un legado de su familia, su abuelo partió con ella para ganarse un nombre, al igual que su padre.
Su adiestramiento como guerrero empezó cuando cumplió cinco años. Su tío le enseñó a moverse como un felino y cuando llego a los doce su propio padre se encargó de fortalecer su estilo.
«¿Qué honor voy a ganar sin dinero para continuar el viaje?».

El golpe sobresaltó al joven guerrero, ante él se erigía uno de los capitanes con semblante serio. Detrás había cuatro hombres con antorchas crepitantes. No los escuchó llegar.
–Inútil –musitó el capitán–. Te has quedado dormido.
En ese momento observó como la puerta de la cámara del tesoro estaba abierta. Habían robado durante su guardia.

Continuará…

@NeoToki0

[Relato]La flor de Isadora

Crónicas de la Biblia de Aglaia I

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La luz que irradiaba el cristal abrigó el viejo altar ocultado por las sombras, revelando el aspecto lúgubre del templo. La piedra de los sacrificios estaba enterrada por el polvo y las telarañas, al igual que el resto de elementos de las ruinas, aunque aún conservaba los restos de sangre de quienes en el pasado fueron entregados a unos dioses ya olvidados. El aura a muerte todavía impregnaba el ambiente.
«Otro templo saqueado por completo» pensó Astra. «A este ritmo jamás encontraré ninguna referencia». Comprobó las vasijas milenarias de los extremos que se desintegraban con la más leve presión, desvelando pequeñas criaturas momificadas y endurecidas como una roca. Astra imaginó que eran niños, no se atrevió a pensar cómo acabaron así.
Elevó el trozo de cristal para apreciar el desfigurado mural del fondo. Todavía se distinguían algunas figuras, la pintura desapareció hace mucho y una capa de moho verde coloreaba los rincones. Incluso crecían algunas hierbas sobre una de las fisuras en la piedra. En el centro destacaba una forma humanoide consumida por la erosión.
—¿Aglaia? —preguntó Astra en voz alta. Con la yema de sus dedos acarició el relieve pulido—. Necesito información sobre la Biblia, me niego a creer que seas tan solo una leyenda.
La huella de Aglaia era rodeada por otras siluetas consumidas por el paso del tiempo, lo que en un pasado lejano fueron los emblemas de las casas que custodiaban los secretos de la Biblia. Astra reconoció la flor de Isadora entre las formas desgastadas, su inconfundible relieve sobresalía en la roca. Cinco puntas de líneas curvas en perfecta armonía geométrica. Esa flor era la única pista que tenía sobre la Biblia de Aglaia. Aunque también era la causa de sus problemas.
Agarró el trozo de trenza pelirroja que llevaba anudada sobre su colgante. Su imaginación voló hasta la tierra donde creció, hacia el mar de pastos verdes de la pradera de Neryn donde con las primeras señales de la primavera se asentaban los kuyenda, su pueblo nómada.
En la tienda del abuelo siempre había un rincón para el tiesto de las flores de Isadora, tan blancas, idénticas y hermosas. Junto a ellas estaba el marco de papiro con el fragmento de la Biblia de Aglaia. Una flor de Isadora perfectamente dibujada encabezaba los caracteres de una lengua olvidada, que su tribu transmitía cada generación. El manuscrito detallaba los principios para iniciarse en la hechicería.
La lona de la tienda se abrió y su abuelo entró.
—Astra, No has terminado de curtir las pieles de ciervo.
—Lo siento —respondió mientras se incorporaba del suelo—. Olvidé regar las flores. Trabajaré hasta tarde si es necesario.
—Estabas repasando la Biblia —reprochó el anciano. Astra agachó la cabeza—. Estás sucia y con el trabajo a medias. Si vas a posponer algo que sean tus estudios.
—Mirenia me contó que mi madre era una hechicera experta a mi edad. —Astra acarició el trozo de trenza roja como cada vez que pensaba en su madre, era el único recuerdo que guardaba de ella—. Apenas sé reproducir los conjuros elementales, quería repasar unas líneas antes de olvidar los consejos que la sacerdotisa me mencionó.
—Eres su viva imagen —dijo agarrándole del hombro—, si no fuera por tu cabello negro creería que he vuelto atrás en el tiempo. No te preocupes por tus habilidades mágicas, ni quieras parecerte a tu madre más de lo debido. Fue a los diecinueve años, a tu misma edad, cuando se marchó por primera vez de la tribu, a las tierras del oeste. A veces me culpo por haberle forzado tanto para convertirse en sacerdotisa, aunque al menos tú llegaste más tarde.

Los buenos recuerdos pronto se turbaron, aún era muy reciente el dolor.  Hacía solo un año del ataque contra su pueblo, todavía le zumbaban los oídos con el rumor de la lucha.
Astra dormía profundamente cuando los gritos de desesperación ahogaron el silencio nocturno.
—¿Qué ocurre? —gritó Astra al despertar en mitad de la noche. Su abuelo la sacó del lecho de pieles donde descansaba.
—Bandidos —respondió—. No hay tiempo, vamos a mi tienda. Continue reading «[Relato]La flor de Isadora»

[Relato] SyM -cap. final: Buscando la redención

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Nota: Este cuento es una continuación de La Muerte.

Buscando la redención

En los días sucesivos el soldado se sintió atormentado debido al grupo de ancianos que reclamaban el descanso eterno frente a su casa. Las miradas decrépitas y vacías se clavaban sobre él cada vez que cruzaba el umbral de su hogar.
Decidió acabar con el sufrimiento de quienes le rogaban morir. Si marchitarse hasta tal extremo era el precio de vivir para siempre no quería ser cómplice de ello.
El soldado se introdujo en habitación más recóndita de su hogar donde escondía todos sus tesoros, allí quitó el nudo del saco y una bruma sombría se desplegó por el piso para abandonar su prisión.
–Muerte, lo siento –dijo el soldado–. Reconozco mi error y por ello te libero. No entendía la importancia de tu labor en el mundo.
La sombra fue tomando apariencia humanoide hasta que una túnica oscura le cubrió y se materializó la mortal guadaña. La Muerte mostró su rostro con una expresión de puro horror. Un rumor siseó en el ambiente, no hablaba con palabras, era como un murmullo lejano pero el soldado entendió con claridad lo  repudiaba. Prometió que jamás vendría a por su alma, luego se marchó.
Los que evadieron a la Muerte no tardaron en morir y todo volvió a su cauce original.

Los años pasaron hasta hacerse décadas, el tiempo fluía sin trabas mientras el soldado sufría la perdida de sus seres queridos. Primero les llegó la hora a sus amigos de mayor edad, luego le tocó el turno a su esposa y décadas más tarde lloró ante la tumba de sus hijos.
El soldado se resentía por sus huesos deteriorados y arrugas profundas cuando murió el primero de sus nietos. No aguantó más la desdicha de sobrepasar a la gente que amaba. Con tan solo un bastón y su saco mágico partió en búsqueda de una solución.

A pesar de los estragos de la vejez extrema contaba con toda la eternidad como escudo. Alcanzó la frontera del último país conocido, atravesó bosques donde poblaban razas olvidadas por los hombres y se introdujo en el subsuelo del mundo donde se ocultaban los más horribles peligros y misterios. Hasta que un día localizó las puertas del infierno.
La férrea y oxidada puerta desprendía nubes de azufre a cada golpe del soldado. Tardó bastante tiempo hasta que se abrió una pequeña ventana y asomó la cabeza un diablillo, un viejo conocido. Era el diablo al que le arrancó la pata en el pasado.
–¡Tú! –bramó el diablo–. El rufián del saco. Fuera de aquí, no quiero volver al saco.
–Espera –dijo el soldado con voz débil y apagada–, solo busco redención. Quiero morir y por mis pecados, imaginaba que vuestro reino es el mejor lugar para mí.
El diablillo se reunió con otros para debatir sobre el futuro del soldado. Discutieron durante horas. Cuando terminaron, el diablillo volvió a asomarse por la ventana.
–Márchate –concluyó–. No queremos a nadie como tú en el infierno.
–Al menos entrégame cien almas en pena, con eso será suficiente. No os molestaré nunca más. Lo prometo.
El diablo accedió a la demanda. Abrieron los portones y de entre las llamas y vapores venenosos salieron cenizas que se materializaron en una hilera de almas condenadas. Cuando fueron cien las puertas se sellaron.

El nuevo rumbo era más remoto y desconocido. El mundo cambió, nacieron nuevas montañas, se secaron océanos y florecieron los desiertos. Aun así, el soldado caminaba sin descanso seguido por las almas. El soldado se perdió en la inmensidad del tiempo sin ser consciente del momento en el que vivía pero llegó a su destino. Descubrió las radiantes y majestuosas puertas del cielo.
Una luz cegadora apareció, con largas alas blancas y vestiduras de ángel.
–Te esperaba –dijo una voz musical–. Conozco tus intenciones pero no puedo permitirte el paso.
–He traído estas almas en pena como obsequio.
–Ellas sí pueden entrar pero no tú.
Las puertas se abrieron como un reconfortante rayo de sol que cae en invierno. Las almas en pena entraron en orden, una a una, y por primera vez en mucho el soldado temió al paso del tiempo. Si se internaban todas las almas estaría perdido, por cada una que cruzaba el umbral del cielo perdía un trozo de esperanza.
Cuando faltaban una decena de almas por acceder el soldado se acercó a la última.
–Por favor –dijo–. Toma este saco, una vez dentro del cielo pide que entre en su interior.
El alma asintió pero tras su turno las puertas del cielo se cerraron sin que ocurriera nada. El soldado no tuvo en cuenta que en el cielo no existen los recuerdos.
El soldado cayó en desgracia por retar a la Muerte, aceptó su carga y volvió a la tierra de los hombres. Aunque no se mostró ante ellos por su aspecto consumido.
Cuenta la leyenda que el soldado continúa vagando por el mundo con la pequeña esperanza de hallar algún descanso. Atormentado, marchitado, consumido por la vida eterna.

FIN

Esta historia está inspirada en el cuento popular ruso El soldado y la Muerte de Aleksandr Nikoalevich. Gracias por leerla.