[Relato] SyM -cap. final: Buscando la redención

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Nota: Este cuento es una continuación de La Muerte.

Buscando la redención

En los días sucesivos el soldado se sintió atormentado debido al grupo de ancianos que reclamaban el descanso eterno frente a su casa. Las miradas decrépitas y vacías se clavaban sobre él cada vez que cruzaba el umbral de su hogar.
Decidió acabar con el sufrimiento de quienes le rogaban morir. Si marchitarse hasta tal extremo era el precio de vivir para siempre no quería ser cómplice de ello.
El soldado se introdujo en habitación más recóndita de su hogar donde escondía todos sus tesoros, allí quitó el nudo del saco y una bruma sombría se desplegó por el piso para abandonar su prisión.
–Muerte, lo siento –dijo el soldado–. Reconozco mi error y por ello te libero. No entendía la importancia de tu labor en el mundo.
La sombra fue tomando apariencia humanoide hasta que una túnica oscura le cubrió y se materializó la mortal guadaña. La Muerte mostró su rostro con una expresión de puro horror. Un rumor siseó en el ambiente, no hablaba con palabras, era como un murmullo lejano pero el soldado entendió con claridad lo  repudiaba. Prometió que jamás vendría a por su alma, luego se marchó.
Los que evadieron a la Muerte no tardaron en morir y todo volvió a su cauce original.

Los años pasaron hasta hacerse décadas, el tiempo fluía sin trabas mientras el soldado sufría la perdida de sus seres queridos. Primero les llegó la hora a sus amigos de mayor edad, luego le tocó el turno a su esposa y décadas más tarde lloró ante la tumba de sus hijos.
El soldado se resentía por sus huesos deteriorados y arrugas profundas cuando murió el primero de sus nietos. No aguantó más la desdicha de sobrepasar a la gente que amaba. Con tan solo un bastón y su saco mágico partió en búsqueda de una solución.

A pesar de los estragos de la vejez extrema contaba con toda la eternidad como escudo. Alcanzó la frontera del último país conocido, atravesó bosques donde poblaban razas olvidadas por los hombres y se introdujo en el subsuelo del mundo donde se ocultaban los más horribles peligros y misterios. Hasta que un día localizó las puertas del infierno.
La férrea y oxidada puerta desprendía nubes de azufre a cada golpe del soldado. Tardó bastante tiempo hasta que se abrió una pequeña ventana y asomó la cabeza un diablillo, un viejo conocido. Era el diablo al que le arrancó la pata en el pasado.
–¡Tú! –bramó el diablo–. El rufián del saco. Fuera de aquí, no quiero volver al saco.
–Espera –dijo el soldado con voz débil y apagada–, solo busco redención. Quiero morir y por mis pecados, imaginaba que vuestro reino es el mejor lugar para mí.
El diablillo se reunió con otros para debatir sobre el futuro del soldado. Discutieron durante horas. Cuando terminaron, el diablillo volvió a asomarse por la ventana.
–Márchate –concluyó–. No queremos a nadie como tú en el infierno.
–Al menos entrégame cien almas en pena, con eso será suficiente. No os molestaré nunca más. Lo prometo.
El diablo accedió a la demanda. Abrieron los portones y de entre las llamas y vapores venenosos salieron cenizas que se materializaron en una hilera de almas condenadas. Cuando fueron cien las puertas se sellaron.

El nuevo rumbo era más remoto y desconocido. El mundo cambió, nacieron nuevas montañas, se secaron océanos y florecieron los desiertos. Aun así, el soldado caminaba sin descanso seguido por las almas. El soldado se perdió en la inmensidad del tiempo sin ser consciente del momento en el que vivía pero llegó a su destino. Descubrió las radiantes y majestuosas puertas del cielo.
Una luz cegadora apareció, con largas alas blancas y vestiduras de ángel.
–Te esperaba –dijo una voz musical–. Conozco tus intenciones pero no puedo permitirte el paso.
–He traído estas almas en pena como obsequio.
–Ellas sí pueden entrar pero no tú.
Las puertas se abrieron como un reconfortante rayo de sol que cae en invierno. Las almas en pena entraron en orden, una a una, y por primera vez en mucho el soldado temió al paso del tiempo. Si se internaban todas las almas estaría perdido, por cada una que cruzaba el umbral del cielo perdía un trozo de esperanza.
Cuando faltaban una decena de almas por acceder el soldado se acercó a la última.
–Por favor –dijo–. Toma este saco, una vez dentro del cielo pide que entre en su interior.
El alma asintió pero tras su turno las puertas del cielo se cerraron sin que ocurriera nada. El soldado no tuvo en cuenta que en el cielo no existen los recuerdos.
El soldado cayó en desgracia por retar a la Muerte, aceptó su carga y volvió a la tierra de los hombres. Aunque no se mostró ante ellos por su aspecto consumido.
Cuenta la leyenda que el soldado continúa vagando por el mundo con la pequeña esperanza de hallar algún descanso. Atormentado, marchitado, consumido por la vida eterna.

FIN

Esta historia está inspirada en el cuento popular ruso El soldado y la Muerte de Aleksandr Nikoalevich. Gracias por leerla.

[Relato] SyM -cap. 4: La Muerte

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Nota: Este cuento continúa La deuda.

La Muerte

El poder de la copa era demasiado poderoso, una panacea para burlar a la Muerte siempre que se utilizara a tiempo. Ante tan abrumador artefacto, el soldado decidió viajar por el mundo para salvar la vida de los moribundos.

Su camino le condujo a lugares lejanos y desconocidos donde sanó a centenares de desvalidos, ahuyentando a la Muerte con solo unas gotas de agua. Pronto se hizo famoso por sus hazañas, los enfermos lo incluían en sus plegarias y muchos esperaban en la entrada de su ciudad o aldea a que apareciera su salvador.

Tras mucho tiempo, volvió para visitar a su familia. Por una paradoja del destino el soldado acabó postrado en la cama por una terrible enfermedad. Desceñir los planes de la Muerte fue su perdición.

Cuando utilizó la copa para salvarse, la Muerte le esperaba junto a la cabecera. No tenía nada que hacer, solo afrontar su destino. Con una acción desesperada se lanzó encima unas gotas de agua de la copa y al no surtir ningún efecto se derramó todo el contenido.

Con toda la esperanza desvanecida, el soldado pidió a su hijo que le trajera su viejo saco.

–Muerte entra en él –grito con las fuerzas que le quedaban.

Aunque parecía evidente el resultado, se sorprendió al atrapar a la Muerte.

Los años sucedieron casi con normalidad, aunque en todo ese tiempo nadie murió. El curso natural de la vida fue alterado. Se acabaron los incidentes mortales, las enfermedades letales y los asesinatos. Ahora no tenían sentidos las guerras al no caer nunca ningún ejército. El hambre solo era una sensación de vacío en el estómago. Por primera vez el mundo era feliz para orgullo del soldado.

Aunque no todo era tan maravilloso como aparentaba. Un grupo de personas se congregó de manera indefinida en la entrada de la casa del soldado. En el jardín. No fue hasta que el número de personas era lo suficientemente grande cuando se percató de ellos.

El soldado salió a su encuentro y halló individuos de aspectos sombríos, grotescos y marchitos. Era gente vieja con la piel consumida y los huesos marcados.

–Queremos morir –es lo único que le dijeron.

El soldado no les hizo caso al principio. No tenía sentido, cómo querría alguien morir por voluntad propia. Tardó poco tiempo en comprenderlo.

Continuará en el capítulo: Buscando la redención. Esta historia está inspirada en el cuento popular ruso El soldado y la Muerte de Aleksandr Nikoalevich.

[Relato] SyM -cap. 3: La deuda

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Nota: Este cuento continúa la historia: el palacio de los diablillos.

La deuda

Los diablillos lanzaban blasfemias después de que el soldado los capturara con su saco. Los arrastró hasta el jardín del castillo donde reinaban las malas hierbas. Golpeaba con el pesado saco en cada pared, árbol y otros elementos sólidos que encontraba a su paso.
Los diablos suplicaban el perdón a causa del dolor, chillaban que no tomarían represalia alguna y abandonarían la ciudad. Pero el soldado no ceso el tormento, quería que le temieran de verdad.
–¡Piedad! –graznó un diablo–. Déjanos salir, no volveremos a vernos.
–Solo os liberaré si abandonáis el castillo de inmediato –acordó el soldado.
Los diablillos aceptaron, el soldado cumplió su palabra y soltó el nudo que atrapaba el saco. Huyeron como una bandada asustada pero cuando salió el último diablillo, el soldado lo llamó.
–Diablo, introduce una de tus patas dentro del saco como promesa de no volver. Si en el futuro me ayudas quizás te libere de la carga que te impongo.
Hizo caso a las palabras, se arrancó una de sus pezuñas negras y la lanzó al interior del saco.

Tras liberar el castillo de las garras de los diablos el soldado se hizo famoso. Aparte de los tesoros que ganó en las apuestas, recibió cientos de ofrendas como agradecimiento sobre todo por parte del rey que recuperó su antiguo palacio. El soldado decidió asentarse en aquella ciudad donde no tardó en contraer matrimonio con una bonita esposa con la que vivió feliz durante mucho tiempo y tuvieron un único hijo.

Con el tiempo la historia del soldado y los diablillos dejó paso a la leyenda, mientras él continuó con una vida tranquila. Pero la felicidad no es eterna, un día se volvió fatalidad en forma de grave enfermedad para su hijo que en aquel entonces tenía doce años.
Con las riquezas acumuladas, el soldado, avisó a los más grandes médicos, con la promesa de una gran recompensa si hallaban la cura. Por desgracia, tras todo tipo de reconocimientos no encontraron remedio alguno.
El soldado expulsó a los médicos de su hogar y lo intentó con los dioses. Los más sabios de cada religión conocida rezaron junto al hijo. Ni con diez mil oraciones recuperó la salud.

Una noche oscura, cuando el soldado velaba junto al lecho de su hijo moribundo recordó su hazaña con los diablillos.
–Aún conservo la pata.
Buscó la pata marchita e imploró su ayuda con gritos de desesperación.
La vil criatura apareció tras un estallido que impregnó la habitación de azufre.
–¡Oh, diablo! –dijo el soldado–. Cura a mi hijo y te devolveré la pata que te arrebaté.
El diablo sostenía una copa de cristal con extraños grabados y un líquido transparente. Miró junto a la cabecera de la cama a través del líquido de la copa. Luego comprobó los pies y allí lo encontró.
–Tienes suerte. Coge esta copa, utiliza su cristal para ver.
El soldado se sorprendió al encontrar una figura espectral a los pies de la cama. Un ser encapuchado con una tela hecha jirones de un color tan negro como el más absoluto vació, portaba una guadaña gigante con sus manos decrepitas.
El diablillo mojo la yema de sus dedos en el líquido de la copa y lanzó unas gotas al hijo del soldado, tras ello, la muerte abandonó la habitación. El soldado gritó de alegría tras ver la instantánea recuperación de su vástago
–Si la Muerte espera junto a la cabecera de la cama no habría solución alguna –explico el diablillo–. Ahora devuélveme lo que es mío.
–¿Puedo quedarme con la copa?
–Por supuesto, con tal de no volver a vernos.
El soldado le entregó la pata. El diablillo desapareció en una nube roja de polvo, tras dejar la copa en manos del soldado.

Continuará con el capítulo: La muerte. Esta historia está inspirada en el cuento popular ruso El soldado y la Muerte de Aleksandr Nikoalevich.

[Relato] SyM -cap. 2: El palacio de los diablillos

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Nota: Este cuento continúa la historia: el soldado derrotado.

El palacio de los diablillos

El soldado continuó su rumbo hacia la ciudad, sus pensamientos cuestionaban la autenticidad de los regalos mágicos que le entregó el anciano a cambio de la poca comida que le quedaba.
Cuando caía el crepúsculo encontró en la lejanía la ciudad, pero antes había un rio donde navegaban plácidamente tres gansos. El soldado se situó cerca de ellos, en la orilla, abriendo el extremo del saco.
–Gansos, entrad aquí –ordenó.
Y sin dudarlo las tres aves se introdujeron en él.

Una vez en la ciudad, el cansancio y el hambre hacían mella en el soldado. No tardó en encontrar una confortable posada.
–Posadero –dijo mostrando el contenido de su saco–, si me horneas uno de los gansos y me proporcionas una buena cama, te entregaré de buena gana los otros dos.
El posadero accedió a la oferta, le preparó una sabrosa receta con el ganso. Cuando terminó de comer condujo al soldado a una de sus mejores habitaciones, donde descansó tranquilo por primera vez en mucho tiempo.

Durmió todo lo que le pedía su cuerpo, hasta que una mañana se levantó sin noción alguna del tiempo. Se percató de las increíbles vistas de las que contaba la habitación, un majestuoso castillo se presentaba ante los ventanales, como si fuera un cuadro.
Cuando encontró al posadero le preguntó sobre el castillo.
–Ese castillo está maldito. Pertenecía al rey, pero de eso hace ya algunos años. Ahora moran en él unos diablillos. Cada día a media noche se escuchan escándalos y alborotos. A los diablillos les encanta el caos y las apuestas.
–Recuperaré el castillo del rey –afirmó el soldado con decisión.

Los diablos dormían mientras el sol dominaba los cielos, por ello, el soldado entró sin problema al castillo. El salón principal era un cúmulo de muebles rotos y rincones polvorientos. Prendió la chimenea y acomodó una gran mesa junto a ella.

El día transcurrió tranquilo, y cuando se marcharon los últimos rayos de sol, una penumbra se dibujó alrededor de la chimenea y las sombras habitaron los recovecos lejanos.
A media noche los ecos de las risas retumbaron en las galerías del castillo hasta alcanzar el gran salón. No tardaron en surgir sonidos pesados de aleteos y por último llegaron unos pasos ligeros y cercanos.
–¡Un humano! –dijo el ser que atravesó el umbral provocado por la luz de las llamas.
El diablillo apenas alcanzaba un metro, era enclenque de piel escarlata y manos retorcidas. En su espalda crecían unas alas negras y peludas al igual que los cuernos de su cabeza.
–Pido comerme sus brazos –rebuznó otro que abandonó las tinieblas y pronto una docena de ellos se acercaron a la chimenea.
–¿Qué hacemos con él? ¿Lo ensartamos en un palo?
–Sería más divertido lanzarlo a la hoguera.
–Yo tengo hambre.
El soldado se levantó y con un gesto distinguido los invitó a sentarse.
–Caballeros ¿dónde están vuestra hospitalidad? He oído que os gustan las apuestas –dijo enseñando su baraja mágica de cartas.
Los diablillos aceptaron jugar a las cartas e hicieron un corrillo entorno a la mesa después de traer diez barriles llenos de tesoros de los torreones y la profundidad de la mazmorra. El soldado apostó lo único que poseía, su propia vida.

La noche fue larga pero caliente junto al fuego, jugada tras jugada ganaba el soldado ante la impotencia de los diablillos que perdían incluso utilizando las más viles artimañas tramposas.
–Estoy harto. Vamos a matarlo –graznó un diablo cuando el haz de luz anunciaba el amanecer en las ventanas.
Los otros diablos revolotearon por el gran salón bramando obscenidades, derribando sillas e incluso tirando la gran mesa.
El soldado aprovechó para abrir su saco.
–Diablillos, os quiero en el interior del saco.
Y no tuvieron otra opción que obedecer. Luego el soldado anudó el extremo.

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Continuará en el próximo capítulo: La deuda. Esta historia está inspirada en el cuento popular ruso El soldado y la Muerte de Aleksandr Nikoalevich.

[Relato] SyM-cap. 1: El soldado derrotado

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El soldado derrotado

El soldado se apartó para dejar paso al carro, no se topó con mucha gente en el camino a causa de la guerra. Las guarniciones del duque del Picoalbo se revelaron ante las órdenes del rey hasta que perdieron su última batalla donde se lo jugaron todo.
Un bulto perdido yacía en mitad del camino, cayó del carruaje que en ese instante se perdía por el horizonte en la dirección opuesta. Al soldado no le preocupó la procedencia del paquete y lo registró.
«Al fin tengo algo de suerte», pensó mientras descubría tres piezas de pan crujiente en el interior. «No sé cuándo volveré a tener comida, lo guardaré para esta noche».
Lo cierto es que la fortuna del soldado había sido nefasta desde un tiempo hasta ahora. Primero perdió a sus familiares y amigos del feudo de Picoalbo, luego se sintió obligado a alistarse en el ejército del duque para sobrevivir y, finalmente, sufrió una horrible derrota de la que a duras penas consiguió escapar. Desde entonces vagaba hasta donde le permitían sus pasos.

El pan no fue la única ni la última sorpresa que le deparaba el camino, a poco más de media hora se cruzó con un vagabundo que se apresuró en saludarle.
–Perdone buen guerrero. A causa de la guerra he perdido mi hogar y todos mis bienes, ¿tendría alguna limosna?
El soldado se sintió culpable del pobre vagabundo, acompañó a las tropas del duque para quemar granjas de los alrededores, aunque él mismo padeció la misma desgracia. Entregó uno de sus panes y deseo suerte a aquél hombre.

La guerra es cruel con todo el mundo y más para quienes la sufren indirectamente, por ello, no tardó en aparecer una joven con un pequeño de pocos meses sollozando.
–Buen hombre, una limosna por caridad. No para mí, necesito comida para dar leche a mi niño.
No tenía nada de dinero, pero no dudó en ofrecer una pieza de pan a la joven. Ella le agradeció con alegría y cada uno prosiguió su camino.

Era medio día cuando el soldado llegó a una encrucijada, decidió tomar rumbo hacia la gran ciudad que marcaba el cartel deteriorado, justo donde descansaba un anciano ciego con aspecto desaliñado.
Aun aparentaba más pobre y desdichado que los otros dos necesitados no reclamó ayuda alguna. Sin embargo, el soldado afligido por su apariencia le habló.
–Toma, la última comida que me queda, para ti. Mis bolsillos están vacíos, sin una mísera moneda, y no tengo nada, pero te ayudará más que a mí.
El anciano agarró el pan.
–Muchas gracias, pero estás equivocado al vociferar que no te queda nada. Te regalaré algo a cambio de tu gratitud. Mira esta baraja de cartas, alberga un poderoso encantamiento, con ella ganarás en cualquier juego donde las utilices. También hay otra cosa, este saco mágico. Cuando veas algo que desees, grítale que entre.

Continuará el próximo capítulo: el castillo de los diablillos. Esta historia está inspirada en el cuento popular ruso El soldado y la Muerte de Aleksandr Nikoalevich.