Hanafubuki

hanafubuki portada_opt.jpg
portada de Hanafubuki

Hoy os traigo un nuevo relato, Hanafubuki. Una copia en formato ebook que podeis descargar gratis en Lektu, mediante el pago social de un mero retweet.

https://lektu.com/l/daniel-arrebola/hanafubuki/10232

Se trata de una historia de Ciencia Ficción, Ciberpunk, situada en los barrios turbios de Osaka. Una historia que mezcla las nuevas tecnologías que están por llegar con la cultura japonesa. Haruka, una agente de policía que trata de resolver un misterioso caso de asesinatos.

Espero que os guste.

 

El regalo

desierto relato

Hiro atravesaba las dunas barriendo su frente con sudor. El sol dibujaba con la luz toda la superficie de la arena, sin dejar un solo rastro de sombra. La cantimplora estaba repleta de agua pero su objetivo no era hidratar al viajero.

Pronto aparecieron los restos de una civilización antigua. Crecían algunos pilares desde donde colgaban tripas de cables, también había esqueletos gigantes de lo que antaño fueron guardianes y sobre todo hileras de crucifijos sin nombre donde descansaban muertos sin nadie que los recordara.

En el centro de las ruinas se erigía una estructura piramidal. Hiro ascendió por los escalones de chapa, con cuidado de no tropezar con el cableado suelto. En la cima esperaba un pilar con una cúpula destruida de la que solo quedaban unos dientes de cristal afilados como cuchillas guardando el interior. Hiro abrió con cuidado la cantimplora y vertió el agua sobre la tierra, empapando el brote de hierba reseco que asomaba con timidez.

Un movimiento pesado le alertó. Tiró la cantimplora dentro del cristal y desenfundó la pistola de plasma. Una figura gigante se alzaba cubierta por cataratas de fina arena, uno de los guardianes todavía funcionaba.

Hiro disparó sobre el pecho del gigante. La cubierta deteriorada por el paso del tiempo se fracturó en mil pedazos, como si en el pasado hubiera sido una figura de arena. Pero antes de caer, adelantó el brazo mecánico sobre Hiro, siendo clavado dentro de la cúpula. Cubriéndolo todo de sangre y carne.

A la semana, el brote de hierba mostró su agradecimiento en forma de una hermosa flor.

La Ciudad de los Desperdicios

Clavo atravesaba las montañas de basura de camino al agujero donde vivía, todas las tardes recorría la misma ruta en la Ciudad de los Desperdicios, aunque allí no había ciudad alguna. La zona era el resultado de acumulaciones de escombros a cientos de kilómetros a la redonda, herencia de las viejas generaciones que poblaron el mundo, lejos de las ruinas de cualquier vieja ciudad. Tampoco había viviendas, los habitantes de la Ciudad de los Desperdicios se escondían entre los pequeños recovecos, con aspecto de cuevas, que formaban los desechos apilados.
Contaba el puñado de créditos que ganó vendiendo chatarra en la Fundición, ocultaba la alegría tras la máscara de gas que le protegía de los gases tóxicos acumulados en el ambiente. Aquel día encontró un artefacto interesante mientras rebuscaba entre metales para vender la basura, se trataba de un lanza arpones roto pero en unas condiciones bastante fáciles de reparar. El mecanismo no estaba oxidado, ni sus piezas herrumbrosas o deformadas. Incluso contenía un arpón con un cable metálico.
Su camino le condujo hasta la Plaza de Fin, un pequeño claro entre la basura en cuyo centro se erigía una gran torre de metal oxidada, la misma torre que le daba nombre a la plaza. La torre de metal, cuya entrada la sellaba una puerta blindada, tenía las paredes lisas y oscuras por la contaminación, su techo incidía en los cielos asomando entre las montañas de escombro que la rodeaban. Existía una vieja leyenda entre los habitantes de los alrededores, se decía que cuando el espíritu de los humanos se torciera hacia la oscuridad un ser horrible surgiría del interior de aquella torre y provocaría el fin del mundo conocido. Por esa misma razón nadie vivía cerca de allí, nadie excepto Clavo que siempre sintió una gran pasión por el edificio.
–Si pudiera subir hasta lo más alto de la torre, contemplaría lo que hay más allá de la Ciudad de los Desperdicios –se dijo a sí mismo.
Clavo se sentó en un rincón cómodo, abrió su mochila y preparó las herramientas. Con cuidado examinó el lanza arpones, y poco a poco lo desarmó, estudiando el mecanismo y calibrando cuál eran las piezas defectuosas.
Con su dominio de maquinaria, en menos de dos horas ya entendía todo el funcionamiento del artefacto, acopló el lanza arpones a su brazo izquierdo mecánico junto a un sistema de poleas para recoger el cable metálico del proyectil después de dispararlo.
Apuntó con su brazo hacia la cúspide de la torre y tras unos segundos activó el disparador hidráulico. Una línea provocada por la cuerda dibujó un surco en el aire hasta que el arpón impactó en la cima, luego, cuando la cuerda se detuvo, Clavo la agarró y tiro con fuerza hasta tensarla, volcando todo su peso para comprobar que estaba bien agarrada. Al notar que no cedía, accionó el mecanismo de retroceso de la cuerda y esta vez fue Clavo quien salió disparado.
Una vez en la cima de la torre, lanzó un grito de sorpresa por el increíble horizonte que se extendía más allá de las montañas de desperdicios. Por el sur asomaban los rascacielos en ruinas de la gran ciudad donde hacía siglos vivieron los humanos, de la que contaban tantas historias ya fueran verdaderas o no. Al otro lado, en el norte, se levantaba una majestuosa cadena montañosa de picos nevados, lugar del que nunca antes oyó hablar.
Cuando se recuperó de la maravillosa panorámica, intentó recuperar el arpón, pero estaba fuertemente incrustado en el borde del precipicio, desenganchó la cuerda y fue consciente de que el techo era liso y negro por la herrumbre, como las paredes de la torre.
Llegó el crepúsculo y los cielos se tiñeron de colores cálidos, para Clavo el tiempo se había detenido, contemplaba absorto el horizonte hasta que cayó la noche y las estrellas inundaron el cielo. Recordó que el arpón estaba inutilizado y recorrió el techo valiéndose de la luz de la linterna acoplada en su muñeca. Los bordes eran lisos, sin ningún saliente que le ayudara a descender.
Pensó que la única salida era amarrar de nuevo la cuerda al arpón y deslizarse por ahí, entonces fue cuando encontró una baldosa que sobresalía del resto del suelo. Con la ayuda de sus herramientas, levantó la chapa oxidada y descubrió una exclusa pero esta vez sellada con tuercas de seguridad de una forma que Clavo no reconocía. Aun así, la experiencia de Clavo desmantelando chatarra dio sus frutos, desenroscó todas las piezas que bloqueaban la esclusa y finalmente separó la tapa.
Alumbró con la linterna de su muñeca, la luz penetraba hacia el interior pero el haz era rodeado por una completa oscuridad. Entre las tinieblas nada se distinguía, las sombras anidaban agazapadas en los rincones y ninguna figura se apreciaba allí abajo.
–Necesitaré la cuerda para bajar –se dijo con un impulso instintivo de conocer el interior de la torre, pero luego recordó las historias sobre los seres horripilantes que habitaban dentro.
Algunos decían que la torre albergaba criaturas capaces de devorar cualquier tipo de vida del planeta, otros pensaban que cuando se abrieran las compuertas selladas expulsarían al exterior todo tipo de enfermedades letales. También hablaban sobre un ejército de androides, o una camarilla de brujas con poderes mágicos inimaginables.
Mientras cuestionaba sobre los peligros de bajar, se le escapó la herramienta con la que jugueteaba con las manos. Con un acto reflejo intentó atraparla pero solo consiguió resbalarse del borde y caer.

ciudad-de-los-desperdicios
Machinarium

Continue reading «La Ciudad de los Desperdicios»

[Relato] Campo de Rosas

—Informe sobre el último escáner del terreno, cabo Willians. En breve contactaré con el Nido —ordenó la teniente Irons observando el paisaje desde la cabina de control del Halcón, avión de reconocimiento militar.
—Sin rastro alguno de las tropas terrestres, teniente. Las lecturas termales no distinguen nada entre la espesura del campo de rosas. Deberíamos volver.
Los militares de la Federación Galáctica arribaron en el planeta Adonia. Se encontraron que gran parte de él lo cubría una extraña vegetación, una especie de helecho de grandes hojas acorazonadas de color magenta, por ello apodaron los prados como campo de rosas. Cuando las primeras tropas de infantería tocaron tierra se perdió el contacto en poco menos de una hora, se esfumaron sin dejar señal alguna. El halcón sobrevolaba por una llanura en busca de respuestas.
—Esas plantas son un problema para la observación. Abrid transmisión con el Nido.
La teniente Irons ajustó el micrófono de su casco.
—Halcón cuatro a Nido.
—Aquí Nido, ¿cuál es la situación?
—Los instrumentos muestran lecturas anómalas. Los campos de rosas interfieren en el escaneado. Pido permiso para regresar.
—Permiso denegado, Halcón cuatro. Continuad con las labores de rastreo. Corto.
—Cabo Willians, ya ha escuchado las ordenes. Realizaremos varias pasadas más por el terreno asignado. Comprobaré visualmente desde el módulo de artillería.
La teniente atravesó las entrañas del aparato hasta llegar a la cola, donde se ubicaba el puesto de disparo. El soldado Briggs custodiaba el mecanismo de la ametralladora pesada. Al verla llegar se apresuró con el saludo.
—Teniente.
—Descanse soldado.
Irons colocó un cigarrillo en su boca y lo prendió.
—Los instrumentos son incapaces de detectar nada en el campo de rosas —agregó—. Eres el único que tiene contacto visual, ¿algo llamó tu atención?
—La vegetación se agita como un oleaje marino. Me da mala espina esté lugar, puede que sean imaginaciones mías pero a veces parece que algo se mueve ahí abajo.
—¿Animales?¿Miembros de la infantería?
—No estoy seguro. Tanto tiempo observando el mismo color me provoca alucinaciones.
El comunicador instalado en el casco de la teniente zumbó.
—¿Alguna novedad? —respondió con brevedad.
—Hemos perdido el contacto con el Nido y el resto de Halcones. He mandado revisar la antena de comunicaciones. Puede que sean interferencias.
—Vuelvo en seguida.
No le dio tiempo, un fuerte estruendo interrumpió su regreso. Llegó acompañado de una sacudida. La teniente cayó al suelo. Las señales de alarma, las luces rojas retumbaron en el aparato.
—¿Qué ocurre? —bramó la teniente.
—Han impactado la nave —anunció el cabo Willians desde el puesto de control—, caemos en picado.
—¡Teniente —gritó el soldado Briggs—, atrás!
El módulo de artillería pendía del resto del avión, el impacto fue cerca de allí. El viento golpeaba con fuerza. Un crujido reveló el gran problema en el que se encontraban. La cola se desprendió. Briggs y la teniente Irons gritaron desesperados mientras caían sobre el campo de rosas.

campo-de-flores
Continue reading «[Relato] Campo de Rosas»

[Relato] Génesis

Eva descansaba sobre una espesa manta de tréboles relucientes bajo la luz del sol. Era una niña, tan solo tenía cuatro años. Lucía el pelo rubio claro como la plata y estaba conjuntada con un bonito vestido blanco.
Sus padres le prometieron un paseo en barco después de la comida, por esa razón observaba entusiasmada los veleros que navegaban sobre el lago, con aquellas velas en forma de puntiagudos triángulos rectángulos y todas esas banderas de colores pintorescos ondeando al viento. Al fondo de la impresionante panorámica los picos nevados de las montañas cortaban el cielo azul en el horizonte.
Su padre preparaba carne en la parrilla. Llegaba un aroma embriagador que abría el estomago de cualquiera. Miguel, su hermano mayor, lanzaba la pelota a la perra Laika que ladraba a la vez que brincaba.
Eva buscó con la mirada a su madre, le estaba dando el pecho a su hermana pequeña Marta. Sentada junto a la mesa, acunada bajo la sombra del viejo roble.
Miró directamente al sol sin cegarse, junto a él brillaban las constelaciones de Orión, la Osa mayor, Tauro y Casiopea.
—Estoy soñando —pensó—, las posiciones son incorrectas.
Siempre ocurría lo mismo antes de despertar de la hibernación, soñaba. Era la señal del fin de su letargo, pero en esta ocasión revivía un agradable recuerdo de su infancia. Se acordaba de aquél día, celebraban el cumpleaños de su madre. Comerían junto al lago y por la tarde degustarían una sabrosa tarta de chocolate en un velero.
Eva deseó con todas sus fuerzas que el sueño durara hasta probar la tarta, hacía demasiado tiempo que no disfrutaba de la compañía de su familia, que no los veía, y aquel momento la colmaba de felicidad.
Aunque era consciente de que el sueño terminaría, pronto se disolvería entre las inexorables fauces del tiempo quedando relegado junto al resto de sus recuerdos. Y pronto acabó.
La vista se le nubló y se torció oscura. Aún no era capaz de abrir los ojos. Sentía brazos y piernas entumecidos, medio adormilados. Respiró profundo, marcando un ritmo suave. Relajó los músculos. Dejó la mente en blanco.
Eva abrió los ojos lentamente y se desperezó como pudo en aquel espacio tan estrecho, sin conocer cuánto tiempo transcurrió tras volverse a dormir, si minutos, días, meses o años. Tenía justo delante de la cara un botón grande y redondo con letras iluminadas de un verde fluorescente donde se leía «ABRIR». Lo pulsó de modo instintivo y el sonido de las válvulas hidráulicas resoplaron como un silbato de vapor. Continue reading «[Relato] Génesis»