[Relato] Campo de Rosas

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—Informe sobre el último escáner del terreno, cabo Willians. En breve contactaré con el Nido —ordenó la teniente Irons observando el paisaje desde la cabina de control del Halcón, avión de reconocimiento militar.
—Sin rastro alguno de las tropas terrestres, teniente. Las lecturas termales no distinguen nada entre la espesura del campo de rosas. Deberíamos volver.
Los militares de la Federación Galáctica arribaron en el planeta Adonia. Se encontraron que gran parte de él lo cubría una extraña vegetación, una especie de helecho de grandes hojas acorazonadas de color magenta, por ello apodaron los prados como campo de rosas. Cuando las primeras tropas de infantería tocaron tierra se perdió el contacto en poco menos de una hora, se esfumaron sin dejar señal alguna. El halcón sobrevolaba por una llanura en busca de respuestas.
—Esas plantas son un problema para la observación. Abrid transmisión con el Nido.
La teniente Irons ajustó el micrófono de su casco.
—Halcón cuatro a Nido.
—Aquí Nido, ¿cuál es la situación?
—Los instrumentos muestran lecturas anómalas. Los campos de rosas interfieren en el escaneado. Pido permiso para regresar.
—Permiso denegado, Halcón cuatro. Continuad con las labores de rastreo. Corto.
—Cabo Willians, ya ha escuchado las ordenes. Realizaremos varias pasadas más por el terreno asignado. Comprobaré visualmente desde el módulo de artillería.
La teniente atravesó las entrañas del aparato hasta llegar a la cola, donde se ubicaba el puesto de disparo. El soldado Briggs custodiaba el mecanismo de la ametralladora pesada. Al verla llegar se apresuró con el saludo.
—Teniente.
—Descanse soldado.
Irons colocó un cigarrillo en su boca y lo prendió.
—Los instrumentos son incapaces de detectar nada en el campo de rosas —agregó—. Eres el único que tiene contacto visual, ¿algo llamó tu atención?
—La vegetación se agita como un oleaje marino. Me da mala espina esté lugar, puede que sean imaginaciones mías pero a veces parece que algo se mueve ahí abajo.
—¿Animales?¿Miembros de la infantería?
—No estoy seguro. Tanto tiempo observando el mismo color me provoca alucinaciones.
El comunicador instalado en el casco de la teniente zumbó.
—¿Alguna novedad? —respondió con brevedad.
—Hemos perdido el contacto con el Nido y el resto de Halcones. He mandado revisar la antena de comunicaciones. Puede que sean interferencias.
—Vuelvo en seguida.
No le dio tiempo, un fuerte estruendo interrumpió su regreso. Llegó acompañado de una sacudida. La teniente cayó al suelo. Las señales de alarma, las luces rojas retumbaron en el aparato.
—¿Qué ocurre? —bramó la teniente.
—Han impactado la nave —anunció el cabo Willians desde el puesto de control—, caemos en picado.
—¡Teniente —gritó el soldado Briggs—, atrás!
El módulo de artillería pendía del resto del avión, el impacto fue cerca de allí. El viento golpeaba con fuerza. Un crujido reveló el gran problema en el que se encontraban. La cola se desprendió. Briggs y la teniente Irons gritaron desesperados mientras caían sobre el campo de rosas.

campo-de-flores

Por la boca le corría el sabor metálico de la sangre, estaba entumecida por el accidente. Escupió e intentó incorporarse, pero sólo consiguió recostarse sobre la pared. Continuaba en el interior de la cola, o de lo que quedaba de ella. Escudriño el módulo de artillería, estaba bocabajo. Descubrió el cuerpo de Briggs yaciendo en un rincón.
—¡Soldado!¡Responda soldado Briggs! —gritó con fuerza.
Palpó su hombro que asomaba entre la tela rota, fluía sangre. Le dolía pero no pintaba grave. Agarró la pistola de su funda, un Águila del Desierto, y la colocó a mano sobre el suelo por si la necesitaba.
—¡Briggs!
Ajustó el micrófono del casco.
—Halcón. Aquí la teniente Irons. Me reciben.
No hubo respuesta, pero al poco escuchó interferencias.
—¿Halcón?
—Teniente —soltó Briggs con voz queda, sin inmutarse desde el rincón—. Necesito su ayuda.
—Hijo de puta, pensaba que habías muerto.
Cargó toda la voluntad de la que disponía para levantarse. Se acercó al armario de equipamientos donde encontró el botiquín de primeros auxilios. Se acomodó junto al soldado al que le dio la vuelta. La frente la tenía magullada y la camisa impregnada de sangre por abajo. También sufría un corte en el muslo derecho.
Con el cuchillo, la teniente, rajó la camiseta y descubrió un alargado fragmento de metal clavado en el lateral del vientre.
—Voy a sacarte esto. Dolerá.
—Adelante teniente.
De un tirón arrancó el trozo de hierro, el soldado lanzó un gemido y al instante brotó un manantial sangriento. Inyectó con presteza la jeringa quirúrgica e introdujo un gel blanco dentro de la herida.
—Con esto bastará. —Rebuscó en el botiquín—. Necesito esto.
Sacó una pastilla de una tableta, un estimulante adrenérgico, y se la tragó.
—Otra para ti. Nos ayudará a regresar al Halcón.
La teniente limpió el resto de heridas y las vendó. La de la frente y el muslo. Finalizó con la cura de su hombro cuando zumbó el comunicador.
—¿Halcón?
—Teniente, me alegro escucharla. La tripulación se encuentra correctamente, la mayoría presentan contusiones y magulladuras. Sólo dos heridos graves. Salvo usted, falta el artillero Briggs.
—El soldado Briggs está aquí. ¿Algún rastro de enemigos? ¿Quién nos derribó?
—En cuanto tengamos acceso al ordenador de abordo cotejaremos la información.
—De acuerdo, estamos listos para buscaros. Necesito vuestra posición.
—Parte del aparato arde, os será fácil localizarnos.
Se asomó afuera de la cola, la columna de humo nacía en el horizonte. Los arbustos rosas rodeaban el terreno, gruesos tallos nacían de la tierra acabando en grandes corazones
—Os veo. ¿Qué tal las comunicaciones con el Nido?
—No hay señal, tampoco con el resto de aparatos. Trabajamos en ello. Si podemos comunicarnos contigo no será nada grave.
—Formad un perímetro y esperad nuestra llegada. Corto.
—Briggs —llamó—, puedes moverte.
—Sí, la pastilla parece surtir efecto aunque me escuece el abdomen.
—Cuando finalicen los efectos de la adrenalina te quemará la herida, sufrirás fiebres tan altas que querrás morir. —La teniente se levantó la camisa y enseño una gran cicatriz de su barriga—. El resultado es horroroso pero te recuperaras, ese gel es un milagro.
Prepararon con brevedad el equipo, mochila con útiles y agarraron los rifles de asalto. Tomaron rumbo al exterior.
—Una especie de grasa cubre las hojas —Briggs embadurnó un dedo y lo acercó a su nariz—. Son inodoras.
—Aprisa. Abre los ojos. No sabemos quién derribó el Halcón.

Solo media cabeza les asomaba por entre la maleza. El roce de los hombros contra las hojas les impregnaba de grasa rosada. Durante el trayecto los acompañó el silencio del campo de rosas, un silencio agobiante e intercalado por los leves murmullos que provocaba el viento al mecer las hojas.
—El humo es cada vez más tenue, teniente.
—No hay problema —señaló la teniente comprobando la brújula.
—Espero llegar pronto, la cabeza me da vueltas.
Irons apreció el cansancio reflejado en el rostro de Briggs, le corría demasiado sudor por la frente.
—Hagamos un descanso —dijo. Despejó el terreno arrancando un par de rosas—. Nos falta menos de la mitad del camino.
Briggs soltó su mochila en el suelo y se hidrató con la cantimplora.
—¿Puedo preguntar que trae a la Federación Galáctica a un planeta tan alejado del Núcleo?
—Ya has preguntado, soldado. La misma razón que les conduce a cualquier planeta sin civilización. La Federación imagina que Adonia debe rebosar de petróleo.
Irons encendió un cigarrillo.
—¿Es tu primera misión fuera de la Federación? —agregó.
—No, combatí contra la rebelión en la nebulosa del Águila. Bueno, en realidad no pisé el campo de batalla. Me dedicaba al mantenimiento y limpieza de cañones en la fortaleza. —Briggs palpó su frente—. Creo que los efectos de la adrenalina desaparecen.
—Y una mierda, los efectos permanecerán durante horas. Continuemos antes de que empeores.
Un estruendo de ráfagas agitó la calma. Disparos que procedían del avión caído.
—¡Halcón! ¡Halcón! —Llamó la teniente con prisa desde su comunicador—. No responden.
—Silencio teniente. —Briggs señaló su oído, indicando que lo agudizara.
El eco de disparos lejanos persistía, aunque decreciendo. La teniente se percató de lo mismo que el soldado, el silencio del campo de rosas desapareció. Una oleada de leves bufidos llegaba desde distintas direcciones. No había viento pero la maleza se removía en distintos puntos lejanos, algo se acercaba.
Briggs y la teniente apuntaron con sus rifles a todas las direcciones. Los bufidos se acrecentaban, el anillo de rosas susurraba al agitarse, parecía cerrar un cerco entre ellos.
Briggs disparó una ráfaga entre la espesura.
—¿Qué demonios? —gritó la teniente.
—Algo se movía al fondo.
—¿Y si son nuestros compañeros?
Otra vez disparó en una nueva dirección.
Entonces la teniente lo vio aproximarse ante ella. Un ser antropomorfo, rosa, cubierto de una masa viscosa o el ser mismo era una masa viscosa. La teniente desconocía la naturaleza de aquella criatura. Sin dudar disparó.
Las balas incidieron sobre el ser y este cayó. Otros dos aparecieron por direcciones distintas. Más disparos, el sonido ensordecedor se combaba con la desesperación.
Briggs gritó con desesperación. Irons torció su cabeza para mirar: Una maraña de criaturas viscosas devoraban el torso del soldado, arrancaban la piel de la cara. Gruñían salvajes.
La teniente vació el cargador con rabia. Las masas rosas continuaban su festín. Briggs había muerto, estaba segura.
Sin tiempo para recargar, empuñó la pistola. Corrió entre las rosas con el cañón de su arma haciendo de guía. El viento sopló de nuevo y con él bailaron las plantas.

El Halcón estaba a la vista, volvió a agacharse. Avanzó reptando, con cuidado de no agitar el tallo de las plantas. Consiguió despistar a los atacantes y no permitiría ser sorprendida de nuevo con la guardia baja.
Se topó con un cuerpo tirado. Al examinarlo encontró montones de dentelladas impregnadas de babas rosas. Los seres también visitaron el Halcón, como dedujo por los disparos de antes.
Agudizó el oído pero solo advirtió calma.
Junto a la nave descubrió varios cadáveres más, todos con las mismas marcas. Se internó por el orificio de la cola rota. Pasó por las habitaciones de la tripulación. Había más muertos, incluido el cabo Willians junto a la consola de control.
No tenía tiempo que perder. Ajustó la radio para contactar con el Nido.
—Halcón cuatro a Nido, Halcón cuatro a Nido. ¡Funciona! Maldita sea.
Sonó una señal repleta de interferencias. Con manos nerviosas calibró la transmisión.
—Aquí la teniente Irons, respondan por favor.
—Aquí Nido. ¿Cuál es la situación?
Suspiró con alivio al escucharlos.
—Esto es una catástrofe. Sufrimos un ataque, caímos al campo de rosas y encontramos unos enemigos que acabaron con casi toda la tripulación. Necesito un equipo de rescate, os envío la posición del Halcón…
—Negativo, teniente —cortó—. Hay orden de cuarentena para todo militar que se encuentre en la atmósfera de Adonia.
—¿Cómo? Todos han muerto. Volverán pronto si no recibo ayuda. La tripulación al completo ha sido devorada.
La teniente enmudeció, sorprendida al ver la pantalla del ordenador de a bordo.
—Teniente, las ordenes son tajante de los superiores. Le sugerimos que…
Irons retiró el casco y lo lanzó lejos. Sentía mareos, pensó que era el estrés de la situación pero percibió su fiebre.
—Hijos de puta.
La pantalla del ordenador indicaba las coordenadas del tiro que impactó en la nave, provenía del Nido.
Un bufido sobrecogió a la teniente. Willians se levantó torpe. Las cuencas de sus ojos estaban vacías y de ellas emanaban mocos rosados. De todas sus heridas brotaban más fluidos.
Un tiro basto para destrozar la cabeza. Más bufidos resoplaron en las habitaciones contiguas, el arma los alertó. Pronto aparecieron por el pasillo aunque eran blancos fáciles y cayeron igual.
Irons se recostó sobre una pared, se sentía asfixiada. Más gruñidos llegaban desde fuera del Halcón. No quería aceptar la realidad pero era consciente de lo ocurrido.
Primero comprobó las balas que quedaban en el cargador, solo tres. Arrancó las vendas de su hombro, le quemaba. Era imposible por la droga que tomó. La herida se encontraba cubierta de pus rosa.
Irons lanzó maldiciones, luego colocó el cañón del arma en su boca. Solamente quería salir de allí.

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