Las distintas formas de contar la misma historia

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Las adaptaciones entre los distintos medios de expresión, bien sean entre literatura, teatro, cine, cómics, videojuegos, etc., suceden desde que estos son utilizados para contar historias. Es un hecho que se da en todas las épocas y en todos los formatos narrativos, aunque muchos tachen a las adaptaciones de falta de originalidad o saca dinero por parte de sus creadores.

Conducir una adaptación desde un terreno narrativo a otro conlleva una serie de problemas, el principal son los tipos de recursos utilizados en cada medio. No es lo mismo representar una situación escrita que en el cine o una historia recitada en la radio difiere mucho de las viñetas de un cómic.

El obstáculo de adaptar los recursos a otro campo lo realiza un intérprete, es decir, un director, guionista, dibujante o escritor capaz de transmitir las ideas con las herramientas disponibles. Cuando no se solventa con eficiencia este problema nos encontramos con opiniones del tipo: “el libro es mejor”, “la versión original transmite mejor las ideas” o el popular “es una mierda”.

Adaptar una obra al completo es una tarea espinosa, por ello nos llegan muchas obras inspiradas en otras. De hecho, siempre he pensado que nadie crea una obra original al completo. A lo mejor un escritor consigue, siendo tolerante, un 5% nuevo, el resto son ideas recogidas de diferentes fuentes de modo consciente o no. Las ideas se mezclan, se entrelazan y se colocan en nuevos escenarios pero ya se le ocurrió aquello a alguien. Lo que al final aporta un autor es su propio punto de vista, nada más, pero es suficiente.

Todo tiempo pasado fue mejor

Añoramos el pasado creyendo que fue mejor que la actualidad. La idea de todo lo anterior era mejor es muy discutible, aunque haya quienes defienden esta afirmación a ultranza. Este dicho popular acarrea una carga importante de subjetividad, queramos verlo o no. Aunque existen ocasiones que los tiempos pasados sí fueron realmente mejores, pero no debemos tomar la idea como verdad absoluta.

Cuando nos invade la nostalgia despertamos nuestra empatía, nos invaden sentimientos agradables. Recordamos las vivencias de nuestra infancia y adolescencia idealizando los buenos momentos, filtrando los buenos recuerdos sobre las experiencias negativas o aburridas. Series, películas, canciones o libros de nuestra infancia y adolescencia se quedaron grabadas a fuego en nuestra memoria.

El cerebro nos engaña con los recuerdos, a veces son meros fantasmas las reminiscencias de las primeras obras que nos gustaron. Por ello, cuando llegan adaptaciones, o continuaciones, de nuestros títulos favoritos nuestra mente nos induce a unas expectativas altas que pueden acabar en una grave frustración.

Cuando la adaptación supera a la obra original

Al encontrarnos ante una obra maestra o de culto, por norma, su autor trabajó en ella a unos niveles enfermizos, estudió cada avance de la trama, cada personaje y conversación, cada elemento del escenario tenía una razón de existencia. Los elementos de las grandes obras tienen una simbología que proyectan los valores a cuyo alrededor gira la historia. Cuando se intenta adaptar una obra de este tipo sin profundizar en ella se obtienen historias vacías, caparazones sin alma. Esto suele ocurrir cuando los intereses económicos interfieren en la planificación o cuando el encargado de adaptar la historia fastidia la esencia original.

Del mismo modo, existen adaptaciones a la altura pero cuando de verdad olvidamos lo malas que son las adaptaciones es cuando una obra consigue transmitir todas las ideas originales y ampliarlas, dotando de una mayor personalidad al título. Esto ocurre cuando la obra original es más mediocre que maravillosa, cuando alguien transforma una historia que le marcó en el pasado utilizando los recursos con sutileza, eliminando las partes innecesarias e incluso añadiendo cualquier otra que requiriera. Lo importante de una adaptación es construir algo funcional por sí sola, no un calco exacto.

Pero ¿por qué os cuento esto?

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Scarlet Johansson y Motoko Kusanagi

La semana pasada visioné la película de Ghost in the Shell, la cual salió hace poco en cines, basada en una película anime de Mamoru Oshii que a su vez es la adaptación de un manga de mismo nombre de Masamune Shirow.

Poco tiempo tardó la gente en encender sus antorchas por las redes sociales, y en Internet en general, esparciendo comentarios deflagradores hacia la película y hacia su protagonista Scarlett Johansson.

Tampoco es que quiera explayarme en mi opinión sobre la película, me parece entretenida pero sin llegar a la altura de la original. Parece que la sombra de Ghost in the Shell es demasiado alargada. Buenas escenas de acción, momentos mal calcados y abuso de diálogos sobre filosofadas para dejar las ideas mascadas a todos los públicos. Pasará sin pena ni gloria, al menos por la parte que me corresponde.

El problema que veo es la actitud del mundo en general, no es la primera ni la última vez. Gente rabiosa lanzando bilis por las redes sociales con una falta de educación increible. ¿Qué ocurre en este mundo? Solo son historias de ficción, las versiones originales seguirán ahí para disfrutarlas, no se han perdido. Debemos aprender a templarnos en ciertos asuntos, sobre todo en los más insignificantes.

Evolución insospechada

Un bardo en tierras salvajes
Hasta he creado portadas

Este fin de semana, aparte de disfrutar un poco del descanso, he trabajado en un apartado del blog que quería mejorar desde hace un tiempo. He modificado la página con la lista de todos los cuentos de Mundos de Leyendas para darle un aspecto más agradable de cara al público. De paso aprovecho para dar algo de publicidad a mis relatos: se tratan de una serie de cuentos de Ciencia Ficción y Fantasía rápidos de leer y muy variados entre sí de temáticas y personajes. Son pequeños experimentos antes de finalizar mi primer proyecto literario.

El objetivo de este blog siempre ha sido el de mejorar mi escritura, una idea a priori egoísta aunque cierta. No esperaba encontrar a otras personas tan interesantes, al menos tan rápido. Ellos comparten sus cuentos, divagaciones y consejos para escribir. Han conseguido fusionar en mi interior algo de sus ideas y puntos de vista, me han ayudado a evolucionar la perspectiva que tenía del mundo.

Siendo sincero, siempre había escrito en soledad, para mí. Me alegra contar con una pequeña puerta por donde a veces pasan otras personas, algunas simplemente a ojear, otras a dejar su agradable opinión (de momento no he recibido a ningún maleducado) y hasta están quienes dejan huellas más profundas.

Esa puerta también me permite asomarme a visitar otros rincones llenos de ilusión y conocimientos, incluso conocer proyectos solidarios con los que ayudar a mejorar el mundo. Es como si disfrutara de una calle virtual donde mis vecinos comparten la misma afición por la escritura.

A veces dejamos pasar nuestros proyectos por temor, pereza o por imaginar que perderemos el tiempo. Creo que la única manera de evolucionar es arriesgar algo de nuestro esfuerzo para valorar si verdaderamente merece la pena invertir en ello.

Distopías y el referente cultural de la postmodernidad

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Este artículo era en su origen una respuesta para Proyecto Aesteria, más concretamente para una entrada en su blog que hablaba sobre el abuso de la distopía por parte de la literatura de nuestro tiempo. Se preguntaba cuánto éxito hubiera tenido el Señor de los Anillos si saliese hoy día. También criticaba que en la actualidad no encontramos cabida, en términos generales, para libros que promueven la esperanza frente a la negatividad de las distopías, mostrando una visión decadente de la sociedad que conduce a la autodestrucción.

Ya escribí sobre las diferencias entre el bien y el mal en la alta y baja fantasía, una confrontación entre opuestos absolutos. Pero ante la distopía, me siento en la necesidad de explayarme al catalogarse como ciencia ficción. En la ciencia ficción se rozan cuestiones filosófica y se tratan las reglas con una justificación más sólida y realista que en la fantasía.

Primero querría ahondar en el sentido de la literatura dentro de la sociedad, con un significado más amplio que un mero producto de entretenimiento o una expresión artística del autor. En todas las culturas, antiguas o actuales, se ha utilizado la narrativa para dotarse de significado a ellas mismas afectando al modo que perciben las personas el mundo. Los textos más famosos de un lugar y momento concreto de la humanidad plasman unos ideales y objetivos, marcan el horizonte de ese momento sociocultural.  Cada época que llega impone consigo nuevas ideas que sustituyen otras anteriores más arcaicas. Esto ocurre desde los primeros textos religiosos que proponían una interpretación del mundo hasta los textos de usar y tirar que encontramos actualmente en cualquier tienda de libros.

El postmodernismo

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El pensamiento postmodernista propone la idea de que nada es cierto y todo está permitido. Acaba con las grandes narrativas del progreso surgidas en la época moderna. Pone fin al uso de la razón para explicar el funcionamiento de todos los estratos que componen el mundo. Supone el fin de unas ideas utópicas en la política que propiciaron los más terribles conflictos bélicos conocidos por la humanidad, dejando paso al neoliberalismo. El postmodernismo desafía las reglas y estructuras que componen el mundo, busca eliminar los sistemas de jerarquías verticales.

En un principio, la idea de postmodernismo puede parecer liberadora para el ser humano pero guarda un secreto, un truco. Su definición no es nada precisa, no alberga ninguna meta. Le falta un horizonte utópico.

Debido a la falta de horizonte, la sociedad se ve arrinconada ante un fuerte sentimiento de individualismo, donde predomina el relativismo y la subjetividad. El mundo depende de la visión de cada uno de los individuos para construir la realidad.

A pesar de parecerlo, el individualismo no es algo negativo. Reconoce la propia identidad de las personas y defiende la libertad de cada uno, aunque en esta era que vivimos es muy difícil definirse de modo preciso. A veces confundimos las marcas con seña de identidad. En épocas anteriores la narrativa proporcionaba a los individuos, o viceversa, unas ideas superiores que daban sentido y marcaban unos objetivos claros.

El ser humano actual no aspira a alcanzar a Dios. Duda de Dios, duda de todas las ideas anteriores, de las estructuras y las reglas. El ser humano no aspira a alcanzar ningún mundo utópico, ya no cree en las bonitas promesas de los grandes relatos. El mundo actual es una representación de las distopías que alienan al hombre.

La distopía como reflejo de la realidad

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Ghost in the Shell

La introducción ha sido bastante espesa aunque necesaria para entender la moda de las distopías, pese a creer que la palabra moda le viene un poco pequeña. Dicho género de ciencia ficción es el resultado del estilo vida acelerado que todos experimentamos, donde pocas veces encontramos significados más allá del propio azar. Nos vemos sometidos a un despropósito de reglas contradictorias que proponen las economías y unas élites sociales que escapan de nuestras manos. Las distopías son una proyección de la cruel realidad, donde no existen héroes que salven el mundo. Solo podemos enfrentarnos al sufrimiento navegando a contracorriente o resignarnos a aceptar la inmundicia que nos rodea para convivir con ella.

Aparte de este subgénero de ciencia ficción también encontramos otra vertiente de moda, y otras muchas que no mencionaré, aquella en forma de libros de autoayuda llenos de frases motivaciones, filosofadas obvias y otras ideas espirituales que marcan el camino mediante un pensamiento positivo. Rellenan el vacío causado por el individualismo social y al mismo tiempo el bolsillo de estos profetas del positivismo.

Aquí vuelvo a otro punto del artículo de Aesteria, los “buenistas” (en serio, si alguien ha llegado hasta aquí sin leerlo encontrará serias lagunas). Para mí, este tipo de textos y personas son los “buenistas” que menciona. Predican ideas como “si deseas algo con todas tus fuerzas entonces el universo entero conspirará para que se cumplan tus sueños”. No, personalmente considero que si deseas algo deberás trabajar duro y entonces empezarás a tener posibilidades de conseguirlo. Las actitudes positivas son necesarias para perseverar en nuestras metas pero también hay que tener en cuenta la opción de perder, de fallar en nuestros objetivos.

Aceptar la derrota y el sufrimiento que suponen las etapas duras de la vida nos conduce a la libertad. Libertad no es criticar a Jaume, como cuenta en los comentarios del artículo, por defender su gusto por Tolkien. Eso es tener mala educación haciéndose los entendidos. Las opiniones son como los culos, creemos que todas las demás apestan menos la nuestra.

Toda esta maraña de disconformidades y sentimientos de no llegar a ninguna parte son las que dotan de protagonismo a los libros de distopías. ¿Quién quiere ser un héroe en este mundo individualista que cuando quieres mostrar una opinión distinta te escupen a la cara? Por muy buenas intenciones que tengamos, siempre llegará alguien para recriminar que no pidió nuestra ayuda.

El Señor de los Anillos y su búsqueda del bien

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La Compañía del Anillo

El Señor de los Anillos se publicó en 1954, apenas una década después de la segunda guerra mundial, durante una tensión de postguerra que derivó en la guerra fría. La obra de Tolkien refleja esa lucha contra el mal absoluto para liberar a la Tierra Media de una terrible opresión, ese miedo a lo desconocido. Los buenos lo son y mucho. El mal actúa sin razones, esto es algo que cada vez me repudia más. Me niego a creer que el mal absoluto sea lo extraño, lo diferente, lo desconocido. Al menos Tolkien fue sutil al presentar este cliché, pero esta idea reflejada en tantas películas de más o menos éxito respaldan a la larga el rechazo de los diferentes, bien sean extranjeros, homosexuales o de otras corrientes políticas o culturales.

En este punto, debo añadir que me considero fan del Señor de los Anillos y todo su mundo desde que cayó en mis manos durante la adolescencia. Tolkien trabajó la fantasía de un modo tan elegante que consiguió catapultar el género al gran público, dejando de ser una literatura para adolescentes.

¿Tendría el mismo éxito si saliese ahora en vez de en su época? Me parece una pregunta algo soberbia. Para empezar la fantasía moderna sería distinta sin dicha obra, aunque otra la hubiera sustituido tarde o temprano. Tampoco se hubiera podido reproducir tal cual debido a las influencias que tenemos hoy día. Pero igualmente voy a dar mi opinión: creo que sí tendría un lugar, sobre todo por la riqueza que rebosa, pero seguramente sin la misma repercusión.

Concluyendo que me he extendido demasiado

Alexey Shirokikh nuevos horizontes
Ilustración de Alexey Shirokik

Con la experiencia aprendemos que trabajar duro y con esfuerzo hacia un objetivo no siempre tiene una recompensa merecida, porque la vida es injusta, caótica y a veces dependemos del azar. Por esto me gustan las historias de distopías o la baja fantasía, pero no por ello reniego de todo lo demás.

Ya me cansé de las historias donde hay que darlo todo y luchar siempre por el bien absoluto. La vida se encargó de demostrarme que no funciona así. No quiero un buen rollo artificial, ni empaparme de historias que me propongan que es lo que está bien o mal, estoy cansado de lo políticamente correcto y ponerle siempre buena cara a un mundo. Yo tengo mi propia visión del mundo donde también relucen las cosas buenas. Quiero leer historias con sombras y luces que complementen un todo. También quiero escribirlas.

El objetivo constructivo en las obras no me parece malo, siempre que no traten de adoctrinar con creencias falsas. Sé que las historias de esperanza tienen un lugar donde refugiarse aunque sea en un público más pequeño. Pienso que deberían construirse unos horizontes de paz donde se integren todos los colectivos feministas, LGTB, étnicos y raciales para alcanzar un mundo mejor. Pero este es un camino complicado, todo el que se dedique a allanarlo sin caer en la demagogia tiene todos mis respetos.

Solo me queda dar las gracias por leer a quien haya soportado hasta el final. Un saludo.

El desdoblamiento durante lo cotidiano

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Cuando la mente se separa del cuerpo

Todos creemos estar al mando de nuestro cuerpo, de nuestra mente y el resto de funcionalidades voluntarias. Un movimiento de brazo, agarrar un objeto, alzar la vista hasta el horizonte, dedicar tiempo a las tareas diarias, al trabajo, a disfrutar de las aficiones o a relajarnos.

Aunque a veces discrepo de dicha libertad, siento que la realidad física que sufrimos es tan solo un estado. A veces una reminiscencia impulsa mi mente a pasear hasta los límites del cosmos, mientras mi cuerpo se encadena en la monotonía. La culpa de esto es la costumbre, lo cotidiano y repetitivo. Nos convertimos en máquinas automáticas que funcionamos por instintos.

Al despertar cada mañana, mi cuerpo se abalanza para apagar el odioso despertador. Pero mi mente todavía sigue atrapada en la inmensidad del mundo onírico, agazapada entre las cálidas sábanas, pidiendo un rato más de descanso. Al mismo tiempo, mi cuerpo se encuentra en el baño por inercia y luego camina hasta la cocina para tomar un vaso de agua fresca.

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Sobre el arte de escribir

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Las nobles herramientas del escritor

Quien piense que ser escritor es un oficio maravilloso es bastante incrédulo. Conforme más me adentro entre la espesura de las letras, de sus reglas, estructuras y sinergias, más me pregunto si ser escritor es de locos. Cualquiera puede articular unas cuantas palabras con sentido sobre el papel, a veces guardando fuertes sentimientos, pero si pretendemos terminar y publicar una novela nos encontramos ante una carrera de fondo, por no hablar de ganarnos la vida escribiendo.

Cuando hacemos los primeros pinitos con cuentos o poemas nos inunda la pasión, pensamos que tenemos un talento innato. Nos enamoramos de un oficio que ni siquiera realizamos pero soñamos con ser escritor algún día. Aunque esta actitud, o ignorancia, no es negativa, nos alienta a continuar escribiendo. Sin esa pasión descubriríamos la locura que guarda la escritura y cualquier mente sensata optaría por otros derroteros.

Para dedicarse a escribir hay que ser un ingenuo, creer ciegamente en uno mismo, soñar con lo imposible. Aprender se aprende a base de porrazos, teniendo infinidad de errores y muy pocos aciertos. Mientras más pasa el tiempo más nos horrorizamos de nuestros textos antiguos, y esa es una señal de progreso.

También es importante ser autocrítico. Llega un momento que el principal enemigo de nuestras historias somos nosotros mismos. Nos lanzamos piedras al propio tejado de una manera exagerada, a veces incluso innecesarias, pero buscamos alcanzar esa perfección que no existe.

Llegado el momento, tras enfangarnos tanto, si seguimos escribiendo es porque sentimos una necesidad imperiosa de contar historias. Nuestra cabeza se llena de tantas voces, escenas y personajes que cualquier psiquiatra nos atiborraría a pastillas para vaciarla y vivir una vida normal cuando la verdadera cura es alumbrar nuestras historias.

Escribir es el instinto de contar historias, darles formas en una fragua sutil y delicada de papel, aplicando martillazos de tinta. Nosotros somos la principal herramienta y el camino está lleno de pruebas para reforzarnos en los mejores materiales, fuertes en sabiduría y técnicas narrativas. La inspiración es importante pero el trabajo y la práctica nos alumbrarán a través del arduo viaje del escritor.

Las personas no quieren leer

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Aventúrate a leer

Hace unos días leí una reflexión en El Destrio sobre lo que no se ve, no es, hablaba sobre el velo que cubre a las personas de la sociedad moderna debido a nuestro estilo de vida. Las palabras de Israel me recordaron un pensamiento que tengo en mente desde hace tiempo, las personas no quieren leer.

Bueno, hay muchos que leen, aunque a veces necesitan que les digan qué leer. Otros no es que no quieran, simplemente no lo hacen por pereza o por cualquier otra excusa vaga. La madre de todas las escusas es no tengo tiempo. No es creáis esto, aunque salga de vuestra boca. Todo el que lo dice se autoengaña o quiere cerrar el tema por vergüenza a afrontar la realidad. Cuando menos te lo esperes esa misma persona sin tiempo te recomendará una serie maravillosa que no puedes perderte.

Del mismo modo que muchos ni tocan un libro con un palo, en las calles nos encontramos que todos están enchufados a su teléfono móvil, devorando conversaciones de whatsapp o hurgando en la vida de otros por medio de las redes sociales ¿Qué leemos? ¿Qué buscamos? ¿Acaso nos escondemos de quienes nos rodean?

Cuantas veces escuchamos o nosotros mismo soltamos: me gustaría… o debería… ¿Por qué no lo hacemos? Estamos rodeados de gente que le gustaría emprender nuevos proyectos, pero nunca se pone a ello. Nuestra cultura se ha visto sometida a las prisas, intentamos cosechar los cultivos sin ni siquiera pararnos a sembrar una semilla. Parece que nos da miedo el fracaso, cuando fracasar es el único modo que contamos para innovar.

La cuestión es que la masa social ha renegado de los libros, de historias tan maravillosas que son capaces de transportarnos a otros mundos, a pesar de vivir en una época en la que la gran mayoría de la sociedad ha sido alfabetizada.