Todos creemos estar al mando de nuestro cuerpo, de nuestra mente y el resto de funcionalidades voluntarias. Un movimiento de brazo, agarrar un objeto, alzar la vista hasta el horizonte, dedicar tiempo a las tareas diarias, al trabajo, a disfrutar de las aficiones o a relajarnos.
Aunque a veces discrepo de dicha libertad, siento que la realidad física que sufrimos es tan solo un estado. A veces una reminiscencia impulsa mi mente a pasear hasta los límites del cosmos, mientras mi cuerpo se encadena en la monotonía. La culpa de esto es la costumbre, lo cotidiano y repetitivo. Nos convertimos en máquinas automáticas que funcionamos por instintos.
Al despertar cada mañana, mi cuerpo se abalanza para apagar el odioso despertador. Pero mi mente todavía sigue atrapada en la inmensidad del mundo onírico, agazapada entre las cálidas sábanas, pidiendo un rato más de descanso. Al mismo tiempo, mi cuerpo se encuentra en el baño por inercia y luego camina hasta la cocina para tomar un vaso de agua fresca.
Cuando la mente se decide por fin a abandonar la comodidad de la cama, el cuerpo está vistiéndose con ropas más presentables para el mundo exterior. Aún es pronto para que se unan las dos partes, la mente apenas acaba de pasar por el baño y tiene pendiente visitar la cocina. Quizás durante el desayuno, mientras el cuerpo permanece absorto ante la televisión, vuelvo a ser consciente del momento.
El tabaco, el café, el alcohol, las conversaciones, el sexo. Son un sin fin las tareas que realizamos mecánicamente cada día. La mente se desliga de la voluntad a cada momento, sin darnos cuenta. El cuerpo se comporta por impulsos que nos cuesta mucho controlar. Lo llamamos distracciones, otras veces vicios pero yo incluiría en la lista los estímulos y las costumbres.
Cuantas veces me habla alguien pero no lo escucho, oigo el rumor de su voz pero mi cabeza está en otra parte cuestionando asuntos más importantes, o al menos eso creo. ¡Vaya! ¿Este es el cuarto o el quinto cigarrillo del día? Me propuse hace una semana dejar de fumar pero no lo controlo. Ya está casi consumido, ya da igual. Cada vez que recuerdo que quería dejar de fumar es cuando termino de hacerlo o cuando acabo de comprar un nuevo paquete de cigarros.
Otra vez tragándome los anuncios de la televisión. ¿Por qué nunca me acuerdo de cambiar el canal? Aunque es mejor olvidar lo que me rodea con un libro, leer esas poderosas combinaciones de letras con el poder de transportarme hasta lugares lejanos. ¿Acaso son runas mágicas de algún cuento de hadas?
Vaya, otra vez me encuentro divagando sobre temas insustanciales. Creo que va siendo hora de hacer algo de provecho y dejar de escribir.
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Me gustó ese lugar que no está en ninguna parte
Me alegra. Un saludo.