[Relato] Génesis

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Eva descansaba sobre una espesa manta de tréboles relucientes bajo la luz del sol. Era una niña, tan solo tenía cuatro años. Lucía el pelo rubio claro como la plata y estaba conjuntada con un bonito vestido blanco.
Sus padres le prometieron un paseo en barco después de la comida, por esa razón observaba entusiasmada los veleros que navegaban sobre el lago, con aquellas velas en forma de puntiagudos triángulos rectángulos y todas esas banderas de colores pintorescos ondeando al viento. Al fondo de la impresionante panorámica los picos nevados de las montañas cortaban el cielo azul en el horizonte.
Su padre preparaba carne en la parrilla. Llegaba un aroma embriagador que abría el estomago de cualquiera. Miguel, su hermano mayor, lanzaba la pelota a la perra Laika que ladraba a la vez que brincaba.
Eva buscó con la mirada a su madre, le estaba dando el pecho a su hermana pequeña Marta. Sentada junto a la mesa, acunada bajo la sombra del viejo roble.
Miró directamente al sol sin cegarse, junto a él brillaban las constelaciones de Orión, la Osa mayor, Tauro y Casiopea.
—Estoy soñando —pensó—, las posiciones son incorrectas.
Siempre ocurría lo mismo antes de despertar de la hibernación, soñaba. Era la señal del fin de su letargo, pero en esta ocasión revivía un agradable recuerdo de su infancia. Se acordaba de aquél día, celebraban el cumpleaños de su madre. Comerían junto al lago y por la tarde degustarían una sabrosa tarta de chocolate en un velero.
Eva deseó con todas sus fuerzas que el sueño durara hasta probar la tarta, hacía demasiado tiempo que no disfrutaba de la compañía de su familia, que no los veía, y aquel momento la colmaba de felicidad.
Aunque era consciente de que el sueño terminaría, pronto se disolvería entre las inexorables fauces del tiempo quedando relegado junto al resto de sus recuerdos. Y pronto acabó.
La vista se le nubló y se torció oscura. Aún no era capaz de abrir los ojos. Sentía brazos y piernas entumecidos, medio adormilados. Respiró profundo, marcando un ritmo suave. Relajó los músculos. Dejó la mente en blanco.
Eva abrió los ojos lentamente y se desperezó como pudo en aquel espacio tan estrecho, sin conocer cuánto tiempo transcurrió tras volverse a dormir, si minutos, días, meses o años. Tenía justo delante de la cara un botón grande y redondo con letras iluminadas de un verde fluorescente donde se leía «ABRIR». Lo pulsó de modo instintivo y el sonido de las válvulas hidráulicas resoplaron como un silbato de vapor.
Salió del habitáculo con la delicadeza y la gracia de un pajarito, se frotó los ojos con ambos puños y lanzó un energético bostezo. Solo vestía una camiseta de tirantes y unas braguitas blancas.
Se impulsó con fuerza, apoyando los pies sobre el respaldo de la cápsula de hibernación y navegó atravesando el aire de la sala con la soltura de una sirena, hasta que las palmas de sus manos acariciaron el cristal de la pequeña ventana circular. La Tierra lucía espléndida desde allí. Siempre tras despertar dedicaba unos minutos a contemplar la belleza del planeta mientras dibujaba una agradable sonrisa en el rostro.
El frío la hizo estremecer y recordó el solitario silencio del cosmos que la rodeaba.
—Hora de ponerse en marcha —se dijo.
Revisó el cronómetro de la pulsera de su mano derecha y los dígitos iniciaron la cuenta atrás de una hora. Junto a la cápsula se encontraba una mascarilla con la botella de oxígeno conectada a la pared. Cerró la válvula que recargaba la bombona y abrió la que proporcionaba aire a la mascarilla que ya cubrían su nariz y boca. Tras ponerse el mono gris se aproximó a la puerta donde rezaba «Laboratorio» y desactivó el cierre.
—Iniciando despresurización —dijo una voz robótica seguida de una cuenta atrás: «Cinco, cuatro, tres, dos, uno».
Un pitido resonó con eco en la habitación.
—Despresurización completada.
La puerta abrió paso hacia el laboratorio. Se hallaba absorto en las tinieblas salvo por la multitud de pequeñas luces que inundaban los rincones, como si fueran galaxias lejanas allí donde se encontraban los ordenadores y paneles de mando. Eva se adentró en la oscuridad hasta llegar al centro.
—¡Adán, despierta! —Entonó con energía.
Bramó el rugido de las máquinas al arrancar. Las luces parpadearon una, dos y hasta tres veces antes de iluminar el laboratorio por completo. Las pantallas se encendieron y se poblaron de comandos, dígitos y gráficas de todo tipo.
—Hola Eva, espero que te encuentres fenomenal hoy —saludó la voz robótica. Adán era la inteligencia artificial encargada de administrar la estación espacial.
—Perfectamente. Reporta el estado del Edén.
—Sistemas de energía al noventa y dos por ciento.
»Productores de oxígeno en estado óptimo.
»Instrumentos de investigación sin daños.
»Paneles solares deteriorados en un siete por ciento.
»Altitud y órbita del Edén correcta.
»Sistema térmico estable.
Eva, sentada ante el panel de control, examinaba los datos de la pantalla principal.
—¿Alguna transmisión de la Ulises? —preguntó.
—Negativo.
La Ulises, la nave colonia que navegaba a la deriva por el espacio, buscando planetas habitables.
—Es extraño, hace demasiado tiempo desde su último contacto —pensó en voz alta.
—Mientras más lejos se encuentren del Sistema Solar más tiempo tardaremos en recibir sus comunicaciones.
Eva comprobó todas las ventanas del navegador e introducía comandos en la consola para sonsacar la información que la nave acumuló durante su largo sueño.
—Los resultados muestran un pH demasiado bajo en el ambiente. Adán, ¿cómo han evolucionado los ecosistemas?
—La vegetación se adapta al terreno ácido. De los resultados se deduce que hay insectos que conviven en simbiosis con la flora.
La pantalla mostró imágenes vía satélite del terreno y cómo cambiaba la espesura de la vegetación con el paso de las décadas.
—Ningún rastro de nuevos tipos de seres vivos —afirmó Eva.
—Negativo. Por ahora nuestra prioridad es estabilizar el aire en un estado propicio para la vida humana.
—Descubrir a seres con características de mamíferos nos indicaría que vamos por el camino correcto.
Eva se levantó del puesto de control. Se acercó a la gran puerta blindada, allí donde escondían los tesoros del Edén.
—¿Qué tipo de bacteria es la óptima para inyectar sobre la Tierra? —preguntó.
—La cepa GA911 tiene un alto grado de probabilidad de suavizar la acidez. Si la flora se adapta será un pequeño pero importante paso para estabilizar el ambiente del planeta.
Eva acercó su ojo al escáner de retina. Se abrió la puerta y un golpe de viento gélido la atravesó. Una espesa capa de niebla blanca se desplegó por el suelo como si fuera una alfombra. Eva se adentró en la cámara frigorífica con forma de pasillo, unos armarios se disponían sobre un lateral donde el nitrógeno líquido conservaba las muestras.
El primer armario era corto y pequeño, en él se guardaban muestra de esperma y óvulos fecundados para repoblar el planeta en la última etapa de la misión de Génesis. Las siguientes puertas guardaban las cepas bacterianas, unos finos cilindros de cristal dispuestos ordenadamente, con varios de cada tipo apilados. Encontró con rapidez la que quería.
Una vez fuera de la cámara frigorífica, introdujo el tubo de cristal en el torpedo preparado para resistir la entrada en la atmósfera y cuando tocase tierra esparciría las bacterias. Eva cargó el torpedo en el cañón.
—Carga lista. Dispara, Adán.
La única respuesta fue una luz roja que se tornó verde, acompañada de un leve chasquido. Los efectos del proyectil no serían visibles hasta dentro de cientos o miles de años.
La Tierra sucumbió a los estragos de la humanidad. El gasto ineficiente de los recursos, la falta de conciencia colectiva, las guerras por el poder, la contaminación producto de un avaricioso sistema económico donde todo valía para enriquecerse. El ser humano lo consiguió, su paso por el planeta no era más que ceniza arrastrada por el viento. Como un virus letal, consumieron todo el milagro que la naturaleza labró a lo largo de millones de años. Desestabilizaron el equilibrio, rompieron la belleza que durante tanto tiempo se había forjado lentamente. Solo sobrevivieron algunos tipos de especies muy primitivas.
El hombre preparó dos misiones para salvar la humanidad: el proyecto Génesis y el proyecto Odisea. Las personas más ricas se embarcaron en misiones suicidas destinadas al fracaso. El resto de humanos fueron condenados a morir bajo la asfixiante atmósfera, herencia de sus antepasados.
Con el proyecto Odisea enviaron el crucero estelar Ulises, con capacidad para trescientas personas, al espacio profundo. La tripulación inicial fue de solo veinte personas. La ruta preestablecida consistía en visitar posibles exoplanetas habitables descubiertos desde la Tierra.
Con Génesis colocaron en órbita alrededor de la Tierra la estación espacial Edén, un laboratorio biológico diseñado para observar y estudiar el planeta desde el espacio.
Eva fue seleccionada y entrenada tanto física como mentalmente para ser la madre que sanará y repoblará el planeta. Sacrificó su familia, sus amigos, su futuro por la soledad del paraíso. Entregó su vida para dar esperanza a la humanidad.
—¿Alguna tarea de mantenimiento pendiente? —Preguntó Eva.
—Ninguna. Todos los instrumentos se encuentran en perfectas condiciones.
—Entonces tomaré un descanso. Suspende el laboratorio en cuando salga. Hasta pronto Adán.
—Dulces sueños, Eva.
Volvió flotando a la sala de hibernación, dejó el mono en el armario, colocó la mascara y la bombona de oxígeno en su lugar. Luego se desnudó para tomar una relajante ducha de agua a presión. Al terminar se vistió con ropa interior limpia.
—¡Piiiiii, piiiiii, piiiiii!
La alarma de su pulsera indicó que había pasado una hora desde su despertar. Configuró la cápsula para dormir otros quinientos años, finalizando pronto todos los preparativos.
Antes de hibernar se acercó a la ventana para contemplar el planeta Tierra durante algunos minutos, aquella dulce criatura de la que solo ella era responsable.
—¿Cómo pudimos acabar con nuestro único hogar? —susurro Eva con tristeza. Luego se marchó a dormir.

Planeta-Tierra

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